Clases de Piano

 

Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, la vida, muy poco a poco, tomó de nuevo su rumbo normal. Pronto mi madre hizo el milagro de alquilar un piano y apuntarme a clases de piano. Más adelante se lo compró a la tienda de música. Es así como comenzó mi relación directa con la música, tendría unos 9 años.

 

Fue precisamente el organista de nuestra iglesia que aconsejó a mi madre que fomentara y apoyara el ya entonces manifiesto interés mío por la música y el talento que él pronto reconoció cuando formaba parte de su coro juvenil.  Le dijo a mi madre que esto sería algo bonito y conveniente para mi vida futura.  (!Cuánta razón le tengo que dar hoy día!)

Pues mis clases semanales fueron con una profesora diplomada muy conocida en mi ciudad. Al comienzo, pasé gusto acudiendo a las clases de piano, incluso me encantó practicar en casa, ejercicios y más ejercicios básicos.  Más adelante ya pasé a tocar algún allegretto, andante, valses o minués, a veces en modo mayor, a veces en modo menor.

 

Como mi habitación se encontraba en la planta baja y el piano estaba situado muy cerca de la ventana, todos mis vecinos inmediatos me escucharon tocar y tocar. Nunca nadie se quejó a mi madre, al revés, cuando encontré a uno u otro por la calle, ellos me hicieron llegar sus halagos y yo contenta.

 

Después de uno o dos años de acudir a las clases, tan sólo una vez protesté con bastante determinación y hubo un conato de querer abandonar por mi parte. 

 

En medio de la clase, de repente me levanté del taburete delante del piano Steinway de mi profesora, cogí y cerré el libro “Escuela de Piano Bisping”, y dije totalmente tranquila y segura a mi profesora “no quiero más clases de piano, me voy a mi casa”. (¿Qué me habrá pasado por la cabecita en aquel momento?)

 

Dicho y hecho. Sorprendida, mi profesora ni pudo reaccionar. Bajé rápidamente las escaleras y recorrí el camino de costumbre a mi casa, cruzando las vías del tren. Una vez en mi casa le expliqué a mi madre mi aparición repentina antes de hora con las mismas palabras ¡”no quiero más clases de piano”!

 

Pero ella reaccionó enseguida enérgicamente y me mandó “ipso facto” de vuelta al ático de mi profesora por el mismo camino que había venido.

 

Luego, en mi vida adulta, siempre agradecí a mi madre su reacción enérgica y determinante en aquel momento, tan decisivo para mi futuro en el mundo de la música. 

 

Desde entonces fui haciendo buenos progresos y llegué a adorar a mi profesora, anhelando que llegase el día de acudir a su acogedora salita para seguir aprendiendo. Ella demostró mucha comprensión y supo influir muy positivamente en mí. 

 

Más adelante, durante el último año del bachillerato, dejé de tomar clases de piano. No obstante, siempre seguí practicando para mí y tocando muchas veces para los invitados de mis padres o para mis amistades, igualmente en acontecimientos especiales de mi instituto. Esto siempre hizo sentirme algo “especial”. Lo cierto es que fue la única de toda la clase que supo tocar un instrumento.